Una reflexión sobre el amor…

«Amor verdadero», esa empalagosa muletilla que suelen repetir en muchas pelis románticas y otras tantas de Disney, dónde el príncipe azul debe darle un beso de amor verdadero a la princesa para salvarla de algún maleficio. Pero la vida no es esa clase de cuento.

Un veterano maestro se encontró una vez frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga en lugar de entrar a la hueca monotonía del matrimonio.

El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero luego les contó lo siguiente:

Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto. Cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió al coche. A toda velocidad, sin respetar semáforos, saltándose los altos, condujo hasta el hospital.

Cuando llegó, por desgracia, mi madre ya había fallecido.

Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. Él pidió a mi hermano teólogo que le dijera dónde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó acerca de cómo y dónde estaría ella. Mi padre escuchaba con gran atención.

De pronto interrumpió abruptamente la charla y pidió: «-¡Llévenme al cementerio!».
«-Papa…» -respondimos- «-¡Son las 11 de la noche!, ¡No podemos ir al cementerio ahora!»
Entonces alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo:

«-¡No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su mujer durante 55 años!».

Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Llegamos al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna encontramos la lápida. Frente a ella, mi padre la acarició, lloró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos:

«-Fueron 55 buenos años… ¿sabéis?… Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así». Hizo una pausa para limpiarse la cara.

«-Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis. Cambios de empleo», continuó, «-Hicimos las maletas cuando vendimos la casa y nos cambiamos de ciudad. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos acabar sus carreras… lloramos uno junto al otro la partida de seres queridos, rezamos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad… y supimos perdonarnos nuestros errores…». Levantó la vista hacia nosotros.

«-Hijos, hoy se ha ido y estoy feliz, ¿sabéis por qué?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso, y le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera…»

Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló:

«-Todo está bien hijos, podemos irnos a casa. Ha sido un buen día». Esa noche entendí lo que es el verdadero amor…
Dista mucho del romanticismo, no tiene demasiado que ver con el erotismo, más bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente comprometidas.

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron continuar con el debate ya que ese tipo de amor era algo que no conocían.

Reflexión :

  • Para saber el valor de un semestre…
    … pregúntale a un estudiante que reprobó el examen final.
  • Para saber el valor de un mes…
    … pregúntale a una madre que dio a luz prematuramente.
  • Para saber el valor de una semana…
    … pregúntale a un agricultor después del granizo.
  • Para saber el valor de una hora…
    … pregúntale a los amantes que esperan para verse.
  • Para saber el valor de un minuto…
    … pregúntale a la persona que perdió un vuelo.
  • Para saber el valor de un segundo…
    … pregúntale a quien haya escapado a un accidente.
  • Para saber el valor de una milésima de segundo…
    … pregúntale a un piloto de Fórmula 1.

El tiempo corre y no espera a nadie.
Atesora cada momento que tienes. Valóralo mucho más si tienes la suerte de compartirlo con quien te quiere.

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